Tengo el alma por cada despedida
grabada al sol con su especial tatuaje
de quien comienza desde mí algún viaje
porque soy la estación de su partida.
De aquel primer adiós, a la medida
de mi infancia, al cruel peregrinaje
paternal es la cruz de un caudillaje,
honda en mi entraña que jamás olvida.
Un nombre por el hijo volandero
abandonando el familiar alero
y una lira en recuerdo del amigo.
Luego, besos y lágrimas frecuentes
donde veo retratados los ausentes,
con su gesto inmortal, que están conmigo.
(De Muestrario de diarias emociones)
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Este poema participa en el
I Concurso de Poesía "Corazones Lateversos"
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