IV
Cuántas pasiones me anduvieron,
cuántos besos se acumularon
sobre el polvo y el silencio,
sobre las antiguas arañas tejedoras
de encantamientos inútiles.
Cuántas palabras
-inocuas o letales-
traicionaron su etimología
para llamarme amada.
Cuánta marcha fatigada
por bulevares, caminos
y cementerios,
por pieles oxidadas y bocas tardías.
Todo para llegar
al prodigio de esta hora,
a mi cintura soberana partida
como un pan alegre,
al aleteo perfecto de tu beso.
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